Tentación

Déjame caer en la tentación. Permíteme hacer y deshacer a mi antojo, separando el deber del querer por una vez, siendo yo la prioridad. Déjame creer en mí, en las veces que me he lanzado al abismo para demostrarle al mundo que soy capaz de volar. Déjame creer, caer en ti, una vez más.  

Dame la oportunidad de tragarme las dudas, de ir de frente y dejarlo todo claro. De llenar mi boca con las palabras que no soy capaz de arrancarme del pecho. Consiénteme esta vez que te las grite, si hace falta, que llene cada una de ellas con todos los sentimientos que me guardo.  

Concédeme un momento a solas, donde no me cohíba el miedo, en que gane la imprudencia y se pierda toda la inocencia que siempre intento aparentar. Mírame a los ojos, ignora al resto del mundo y haz por esta vez como si yo fuese lo único que importa. Deja que me quede a tu lado, cerca, tan cerca que sea imposible divisar un límite entre ambos. 

Si hace falta, miénteme. Dime lo que necesito oír, elije las palabras con cuidado, quédate con las justas y necesarias para que este vacío no duela tanto. Provócame, hasta que no pueda contenerme, haz que explote en mil pedazos, que no me importe el romperme si donde quedan mis restos es a tu lado.

Sé la tormenta, sé también la calma. Asegúrame que el miedo acaba, que tras él sólo deja algunas marcas. Quiero lanzarme, así que déjame que caiga. 

¿Dónde estás?

Supongo que no nos veremos. Pero hay algo de lo que estoy segura. Si nos vemos, lo sabremos de inmediato.

No es algo nuevo. Esta sensación, el vacío y la nostalgia que me han acompañado desde antes de lo que sea capaz de recordar… Nunca quiero dejar de creer, ya que a ese hueco en el pecho le acompaña cierta esperanza que nunca he sabido de dónde viene. De todas formas, siento que me queda fuerza, aunque en días como hoy me cueste encontrarla.

Nunca he dejado de buscarte, perdida entre rostros que no significan nada, busco aquellos ojos que me digan que sí, que tuvo sentido, que ya no tengo que esperar más. Te estás haciendo tanto de rogar que no sé cómo reaccionaré en el momento del encuentro. Tampoco sé si lo sabré al instante, pero estoy segura de que me daré cuenta con poco, y espero que tú también.

Para mí es un dolor tan familiar que a veces no sé ni cómo expresarlo. Forma parte de quien soy, tanto que a veces siento que podría confundirlo con una parte más de mí, sin necesidad de sanarlo. La peor parte es el saber que no puedo hacer más, con lo mucho que me mata esperar.

Sin embargo, todo se aclara en ciertos momentos y me digo que vendrás, que iré, que viajaremos hasta cruzarnos. En cualquier calle, cualquier parque, en la esquina menos esperada, en cualquier rincón del mundo. Cuando eso ocurra… No sé qué pasará, no sé cómo seré capaz de reaccionar, ni siquiera si seré capaz de hablar, ni cuánto tardaré en echarme a llorar cuando todo esto se libere.

Por favor, por favor, por favor…

Si te sientes igual, no quiero que sufras por la espera, aunque supongo que tampoco podrás controlarlo. No te preocupes, estoy en camino, el momento llegará. Tiene que llegar. Haremos que llegue.

14 de agosto

Llega un año más el respiro de agosto. Tormentas y noches frías compensando el sofocante clima de las semanas anteriores. La lluvia recuerda una vez más el inminente septiembre, cargado de todo aquello que suele conllevar una nueva era.

Ya no hay cursos que guíen el transcurso de nuestras vidas, sólo la madurez ligada a la vida adulta en la que mil veces perdemos la noción del tiempo, e incluso de nuestra propia existencia. Momentos difíciles que no terminan, montañas que no creemos poder escalar, y un camino pedregoso en el que tropezar es más habitual, del cual difícilmente se consigue salir ileso.

Opciones intangibles, futuros que no llegan y un ahogo constante se han instalado en el día a día, dejando atrás aquellos sueños que un día quisimos, miles de intentos que quedaron en simplemente levantarse una vez más. Dudas y miedos, monstruos que nunca se llegaron a ir de debajo de la cama, y otros muchos que llegaron para hacerles compañía.

Aún así, todo ello parece menos importante cuando una ráfaga de viento se cuela por la ventana. Erizado el vello, ojos cerrados y un ápice de ilusión infantil, de esperanza adolescente que parece no haberse ido.

«¿Queda fuerza tras tanta guerra?»

La pregunta queda en el aire mientras Morfeo se empieza a adueñar de los sentidos, y un último pensamiento aislado toma fuerza antes de finalmente sucumbir al mundo de los sueños.

«Aún se podría intentar…»

(Re)despertar

Algunos días se me sigue haciendo tarde sin poder dormir. Encuentro y no busco la razón, ni el origen del desvelo, pero lo asumo y acepto como parte de mí. Leo y releo en esas horas muertas palabras que alguna vez salieron de mí. Lo hago sin lograr salir de mi asombro al darme cuenta de todo el sufrimiento que plasman, de cada momento crítico que ocultan, y de cuánto me ayudó dejarlas salir. 

Me trasladan mis propios relatos a los aquellos escenarios oscuros en los que me encogía del miedo, de la rabia y la impotencia, y le digo a esa yo del pasado que vamos a salir de todas esas, aunque ni siquiera yo tengo claro si a día de hoy lo hemos conseguido. Aún así, le hablo, me hablo con cariño, me prometo las treguas necesarias, y que buscaré la paz que aún a día de hoy necesitamos. 

Mientras se digna a llegar, nos doy permiso para seguir soñando. Vuelvo a sumergirme en ilusiones de vidas paralelas que existen sólo para mí. Me veo de una forma diferente en ellas, cumpliendo sueños que ni siquiera sé si son míos, o si van más allá incluso de las metas que jamás me haya propuesto. Veo a alguien en mi mente, sin tener claro si soy yo misma o sólo un personaje imaginario. Me veo vivir, veo cómo descubro nuevos lugares, libros, canciones y  personas. Veo el potencial, lo bueno por llegar. 

Dudo de si lo que sueño sería posible, si aún estoy a tiempo de encontrar un camino factible en el que decida estar y no una rutina estancada en el conformismo inevitable. Y entre tanto sueño, despierto. Echo a un lado la apatía y me digo que ya es hora de hacer algo más. De buscar lo que merezco, de construir yo ese destino poco nítido que espero quiero. Avanzo, aunque tarde, porque lo necesito, y me necesito bien despierta para hacerlo. 

Verano eterno

Se me acumulan más horas de luz de las que me gustarían. Me angustia el calor, lo despacio que pasan los días y lo rápido que se me escapa el tiempo. Observo desde otra ventana la misma ciudad que tantas veces he admirado, en distintos rincones, cuando llega la sombra. Me siento extraña, ajena a mí.

Procuro alargar la oscuridad, y miro hacía dentro para buscar conclusiones. Me asusto al ver que yo, que siempre fui depredadora, involuntaria, ahora me siento presa de la misma manera. Me atan cadenas familiares, que creía abandonadas, rotas, pulverizadas por la fuerza de quien solía ser. De manera parecida, intento liberarme de ellas sin dejar que me terminen de estrangular, con la fe de quien se reencuentra con abismos del pasado, aquellos de los que en su día fue capaz de salir antes de llegar a tocar fondo.

Me pregunto, esta vez, si las emociones me controlan, o puedo yo con ellas, recordando lecciones que dormitan cuando el miedo ataca, pero siempre aparecen en el último momento.

Agradezco la noche, sus sombras, que calman el fuego que me consume durante los días. Maldigo un año más el verano eterno que no me deja llegar ilesa al otoño, esperando que esta vez no sea tan duro, que pase rápido y septiembre me salve una vez más. Busco repetir el ciclo, pero a la vez quiero romperlo, esta vez sin romperme, y siendo más consciente. Más humana.

Me quedo en blanco.

Vuelve el día, cargado de inercia, con las mismas dudas, tropezando de la misma forma mil veces, a posta, aún siendo consciente del posible daño. Me culpo y castigo por lo que hice, por lo que no, por terrores pasados. Mientras todo sigue su curso, tacho otro día perdido, aunque parezca completado, dudando si encontraré la forma de completarme yo con el paso de los días que aún me quedan.

Arranco otra hoja del calendario, buscando el sentido de hacerlo, mientras dentro de mí una voz me dice que ya falta menos. Sin saber para qué, la creo.

14 de mayo

No se le ocurrió comprobar el contenido de su cartera antes de lanzarse a la calle. La necesidad de algo que llevarse a la boca ese día para el almuerzo, y de un poco de aire fresco, le hicieron salir sin darse cuenta de que apenas llevaría un par de euros para conseguir algo de comida.

Eran sobre las once de la mañana y aún hacía algo de fresco, a pesar de la sudadera, le hacían temblar las ocasionales rachas de viento cuando el sol se ocultaba tras alguna nube. Cuando llegó al supermercado se paró a pensar en cuánto dinero llevaría encima, y aprovechó su presupuesto para coger una berenjena y algo de pan que, junto con algunas sobras, podrían al menos solucionarle el día.

La vuelta a casa la hizo más despacio de lo acostumbrado, enfrentarse a la metafórica montaña de correos por responder le parecía un desafío demasiado duro para un día como aquel, aunque quizás el peso de trabajo aligerase la carga aún mayor que le suponía dicha fecha.

Eran casi las nueve de la noche cuando por fin pudo bajar la pantalla de su portátil y tomarse unos minutos para sí mismo. Volvía a ser 14 de mayo, y con este se cumplían ya cinco años desde la caída del meteorito. Sabía que por mucho que intentase mantenerse alejado de los recuerdos, aquella noche le sería imposible conciliar el sueño temprano, por lo que decidió dar un paseo hasta la playa y aprovechar la calma nocturna, agradeciendo su idea del día anterior de haber adelantado trabajo para poder tomarse libre aquel miércoles.

Apenas se cruzó con gente de camino, y se sentó en la arena lo suficientemente lejos de la orilla como para evitar a los escasos transeúntes que paseaban mojándose los pies en el mar a pesar de que la temperatura hubiese bajado. No se quiso acercar a su zona favorita de playa, ya que quedaba demasiado cerca de la parte vallada de la playa, aquella en la que aún no se había restaurado nada y quedaba riesgo de derrumbes en los acantilados cercanos.

Ni la brisa fresca ni su amor por el mar consiguieron mantener los recuerdos apartados de su cabeza. Por cada respiración profunda para calmarse, llegaban decenas de ecos de gritos a su cabeza; por cada vez que contaba hasta 50, veía aquel rostro manchado de polvo y sangre con una mueca descompuesta. Seguía odiándose a sí mismo por no ser capaz de recordarle en sus buenos momentos, por tener que recurrir a fotos antiguas, en las que ya apenas se reconocía, para recordar su sonrisa.

Negación, ira, negociación, depresión, aceptación. Cinco eternas fases de duelo que su psicóloga le había hecho memorizar desde unos días después de ver morir a su hermano entre sus brazos. La primera tardó meses en superarla; la segunda fue la más liviana, teniendo en cuenta que jamás fue propenso a enfadarse ni en las situaciones más tensas. Con las demás, aún no lo tenía muy claro. Seguía cuestionándose qué otro desenlace podría haber tenido aquel día si hubiese actuado de otra forma, si en lugar de gritarle a su hermano que se levantase y corriese le hubiese cogido en brazos, o hubiese vuelto a arrastrarle, aunque hubiese supuesto morir con él. De la depresión tenía claro no haber salido.

Cinco años, cinco fases, una idea en mente. Pensó en su vida en aquel momento, en su trabajo, en sus progresos, en todo lo que parecía haber avanzado. Pero, sobre todo, en su culpa. En la carga que sentía cada día, que seguiría sintiendo cada uno de los días de su vida. “Vida”, como si eso tuviese ya mucho sentido.

Soltó el móvil, soltó las llaves, soltó su ropa. Se adentró en el mar sin nada más que su delgadez desnuda, dispuesto a nadar hasta que le doliese el último músculo de su cuerpo, con tal de apaciguar así el dolor interno. Llevaba un rato sin hacer pie cuando se dio cuenta de que se ahogaba, de que sus pulmones no aguantaban una brazada más. En un impulso desesperado, instinto de supervivencia, intentó volver. Pero pudo más el peso de la culpa. Se dejó caer.

Confesión

Confieso que he confesado, y que me siento orgullosa de que nadie haya entendido algunas de mis confesiones. Declaro haberme escondido en la duda, cuando lo que me paralizaba era miedo. Haber dado por seguro lo sincero, así como haber amado en ciertas ocasiones la mentira.

Admito haber cometido más excesos de los que cuento, más errores de los que reconozco y haber arriesgado más de lo que creo. Añado a la lista mentiras, calladas y creídas, sorpresas esperadas que nunca llegaron y alguna que otra fantasía aún por cumplir.

También, te cuento que te he escrito directamente más veces de las que me has leído, aunque sepa que me has leído más de las que me has contado. Os lo cuento todo, pero sabéis que hay mucho que aún queda por ser contado, y muchas partes que se quedarán encerradas y nunca llegaré a contar.

Reconozco haber sido el peor de mis monstruos, y haberme saboteado en momentos en los que todo podría haber salido bien, apostando siempre por lo improbable mucho antes que lo seguro y estable, evitando incluso aquello que me hacía bien.

Confieso haberme rendido tantas veces como he anulado mi rendición para seguir adelante. Haberme obsesionado tanto con ciertos objetivos que he llegado casi a perderme a mí misma por tal de conseguirlos. Haber caído en el mismo pozo, en ocasiones infinitas, por tal de saciar una sed que tal vez ni era mía.

Reconozco haber crecido como persona, haber aprendido a aceptar y aceptarme, y haber sentido emociones que pensé que ya no eran posibles en mí, aunque no siempre lo reconozca.

Aunque aún me cueste, admito estar avanzando, en firme, cumpliendo casi cada objetivo que fijé, aunque cambien tiempos y caminos. Me concedo los aciertos, el aprendizaje y aplaudo mis ganas de más incluso cuando siento que ya lo tengo todo.

Me siento mía, libre y completa, consciente de que he superado necesidades que me impusieron, y de que es mejor quedarme cerca de lo que simplemente prefiero.

Confieso que aún queda mucho por confesar, pero puedo asegurar como sincera cada palabra que confieso.

El (re)encuentro

Aquel día la lluvia me dio un poco más igual. Llevaba evitando salir, en la medida de lo posible, desde que empezó esa época en que los días grises superan por mucho a los de sol. Me enfundé mi chaqueta impermeable, renegando de usar paraguas, y me lancé a la calle antes de consultar en Google Maps a qué distancia se encontraba mi destino.

42 minutos andando, mejor eso a tener que lidiar con el agobio de gente en cualquier medio de transporte público. Tardé poco en darme cuenta de que la mitad de la ruta me resultaba familiar, por lo que guardé mi teléfono y me dispuse a adentrarme en mi mente hasta que se me hiciese complicado guiarme sólo por instinto. Debo reconocer que, a pesar de mi reticencia inicial, las gotas suaves y el frío me ayudaron a aclarar un poco la mente antes del encuentro.

Pasé años esperando ese momento, quizás bastante más tiempo del que me atrevo a reconocer, y cuando al fin lo veía acercarse, más que nerviosa sentía cierta desgana, apatía, quizás debida a todas las horas de castigo interno que yo misma me llevo dedicando más tiempo del debido. Apenas recuerdo el recorrido, calles vacías o llenas, pasadizos cubiertos de barro donde el olor a tierra mojada era aún más intenso, algún que otro paso de peatones en los que ni siquiera creo haber comprobado si se acercaban coches antes de cruzar.

Cuando me sentí perdida, empecé a seguir las instrucciones para no demorarme en el trayecto que me quedaba, pues había hecho más lento de lo esperado la primera parte del camino, quizás debido a estar más pendiente de mi mente que del ambiente.

Como iba con algo de tiempo, me permití varios minutos para observar los coches a mis pies desde un puente de cemento que cruzaba la carretera. A ambos lados de la baranda había notas plastificadas con mensajes sobre el valor de la vida para evadir a los posibles suicidas. Sonreí irónicamente, pensando que quien ya hubiese tomado una decisión así no se echaría atrás con frases optimistas escritas por algún extraño. La velocidad de los coches me resultaba hipnótica, lo que me hizo pasar allí más tiempo del que debía y tener que forzar el paso una vez retomé la marcha.

Mi destino estaba cerca. No recordaba el nombre de la cafetería, sólo que él me había dicho que la reconocería por una palmera de neón azul desgastado que brillaba en la ventana. La vi de lejos, y recuerdo perfectamente que mis pulsaciones se empezaron a acelerar desde el momento en que la vi al fondo de la calle. Casi empezaba a hiperventilar cuando mi mano temblorosa alcanzó la puerta.

Dentro estaba todo medio vacío, pero giré sin fijarme en casi nada hacía la esquina en la que me dijo que me esperaría. Tardé pocos segundos en verle sentado, escribiendo en su libreta. Apenas había cambiado desde la última vez, hacía ya casi cuatro años. Levantó la vista como intuyendo mi presencia, y puedo jurar que en aquel instante mi corazón se saltó un latido. Me senté en silencio, esperando su reacción. Sonrió. Sentí que el mundo se ponía en marcha de nuevo.

Ciclos

Se repite el mismo ciclo de siempre entre tú y yo. Te busco cuando no sé donde encontrarte, mientras otras veces llegas y, por algún motivo, no te presto la atención que me gustaría. Siento que me faltan horas al día para darte, a la vez que me ahogo de horas muertas que no sé llenar sin tu presencia. Te espero, te anhelo y te ansío; te rezo como el creyente reza por su salvación, como el adicto necesita su dosis.

A veces, fuerzo momentos para que sean el propicio para encontrarme contigo. Al fin y al cabo, será que te necesito conmigo cuando no sé de qué otra manera puedo apaciguar a mis monstruos.

Eres el sueño que se repite, la silueta que persigo y cada paso que doy buscando un destino que no conozco. Eres todo mi cuerpo y alma expuesto en forma de palabras, cada temblor que siento, cada herida que duele, cada ser intangible que me visita a las tres de la madrugada.

Todo lo que quiero y todo lo que tengo, todo lo que ha estado siempre conmigo y me niego a perder. Cada canción que me desplaza a cientos de kilómetros, o me hace sentir turista en mi propia casa. Cada amor perdido y encontrado, cada amistad firme que me acompaña y los brazos cálidos que me abrazan en mi hogar.

Te debo todo lo que hemos construido, y hoy te quiero más que nunca, porque eres la única que estará siempre conmigo, que luchará mis guerras, que vencerá a mis monstruos y perseguirá mis sueños.

Me empapo de ti, de mí, y sigo. Escribo. Te prometo que escribo, que escribiré cada guerra, también la paz, las ganas y la falta de ellas. Sigo avanzando, cayendo en picado hacia momentos que no creía que pudiesen existir, cambiando planes, dando quiebros y rompiendo horizontes. No paro, ni quiero hacerlo, pero en cada paso sigo girando en torno a ti y a nuestro objetivo prefijado.

Y tengo claro que seguiremos adelante.

Aunque nos cueste la vida, la paz y las ganas.

Kamikaze

Hoy es de esos días en que me levanté con ganas de comerme el mundo, pero esa decisión fue menguando para dar paso a subidas y bajadas de las que dan vértigo, de las que no controlo yo, sino esa parte de mí que a veces me da miedo.

“Mil puntos de inflexión irreales en el camino, cada vez más peguntas sin respuesta y menos rumbos que seguir. Gritos al viento que se ahogan de tanto vacío sin llenar, y lágrimas fantasma que ya ni tienen fuerzas para huir”.

La montaña rusa constante, las idas y venidas, el sentirme siempre en el mismo lugar. Que me ahogue ese espacio conocido que no reconozco como el mío, las horas eternas que sin embargo dan miedo cuando las veo pasar. El nunca saber las palabras o la manera de expresarlo todo, y aún así esperar que alguien me entienda, que me tienda una mano firme y me saqué de este estado de inconsciencia.

Las ganas de huir, de desaparecer. Los millones de locuras que se me pasan por la cabeza como vías poco estables para sentirme un poco más viva. Tantas escenas imposibles que recreo en un futuro imaginario, que busco ciegamente para motivarme a seguir adelante. Esa sensación, a pesar de todo, de que después del vendaval llegará cierta mejora, aunque el cielo siga oscuro y la tormenta no parezca tener intención de cesar (de momento).

“Apatía, hacia todo. Que pase lo tenga que pasar, mientras todo sigue y nada pasa. Saber todo lo que pierdo por no ser capaz de lanzarme a por ello, de plantarme y enfrentarme, a la vida y sobre todo a mí misma”.

Aún así, a pesar de tanto, creo firmemente que todo pasa, que me puedo atrever, que lo puedo intentar. Que encontraré el momento oportuno, y lo coronaré como el mío. Paso a paso, empezando por comienzos más pequeños, aspirando a metas más cercanas, obligándome a avanzar.

Sigo sin tener claro si algún día echaré la vista atrás y pensaré que ha merecido la pena. Sigo manteniendo la esperanza suicida de que me convenzas de que así será.